Es sabido por todos que la música tiene el enorme poder de
influir en nuestro sistema emocional e incluso en nuestro pensamiento. ¿Quién
no se siente igual de motivado que Rocky Balboa antes de un combate cuando
escucha Eye Of The Tiger?, ¿quién no se ha entristecido y parado a
reflexionar sobre su vida escuchando The Scientist del grupo inglés Coldplay? Y
es que, al escuchar música que es de nuestro agrado, nuestro cuerpo
automáticamente produce dopamina y una zona del oído interno conocida como sacculus estimula al cerebro para que libere endorfinas, causándonos todo ello una sensación de placer.
Por supuesto que este fenómeno es conocido por las grandes
empresas. Estas juegan constantemente con la importancia de la música a la hora de la toma de
decisiones por un cliente, hasta llegar al punto en que se ha desarrollado una división
específica orientada a estudiar el uso estratégico de la música en el
marketing: el “audiobranding”. Esta
rama de estudio otorga a la música una nueva finalidad distinta de la
artística o la de ser un producto: la comunicativa; la música es un excelente medio para vender las
cualidades de tu producto o marca u otorgarles un valor añadido. En un estudio llamado Sounds Like Branding,
llevado a cabo por la agencia Heartbeats International, se preguntó a grandes
empresas globales, como Heineken, McDonald´s, BMW, Nokia, Pepsi, Audi, Rolex o
Adidas, entre otras, acerca de sus estrategias musicales. Los resultados
mostraron que el 97% de las empresas admitieron que la música puede reforzar su
marca. El 76% dijo que usan activamente la música en su marketing. Y 7 de cada
10 firmas piensan que la música adquirirá mayor importancia en el futuro.
No obstante, se ha de ser precavido y estudiar que música ha de acompañar a tu producto o marca con detalle. Hay muchos géneros distintos de música y cada uno es único en su esencia y transmite su mensaje, que si no casa bien con el anuncio puede acabar siendo un desastre, como este casi cómico ejemplo de servicios financieros y ópera...
Pero también puede tener éxito la simbiosis entre música y publicidad
y salir maravillas como este anuncio de Heineken.
La elección de una canción tan conocida y con tantos altos y
bajos como es Bohemian Rhapsody da en
el clavo. No solo nos hace sentir identificados con los montones de personas
que aparecen en el anuncio cantando el tema de Queen, sino que también muestra que el beber cerveza Heineken es
algo común a todos, como lo es cantar esa canción (cantes mal o bien).
Hablaba el otro día de los orígenes de la música como
producto y de cómo esa nueva forma de concebir la música revolucionó entonces
el mundo musical y aún sigue haciéndolo. Siguiendo esta línea, quería abordar
hoy el tema de cómo se comercializa el producto música.
Antes de nada, hay que tener en mente que la música, como
producto que se vende, puede adquirir múltiples formas (comprarte en una tienda
de discos un vinilo clásico del White
Album de los Beatles, descargar
vía iTunes el single que tanto te gusta de la nueva sensación musical de turno,
pagar una suscripción mensual de Spotify para poder acceder a casi infinitas
canciones...). El post de hoy lo voy a dedicar a cómo se comercializa el Compact
Disc de un álbum, principalmente por dos razones:
El CD fue la última forma a través de la cual
que se comercializó la música “física” (por llamar de alguna manera a la música
no digital), después llegó el Internet y la música online o descargada.
El álbum sigue siendo el medio más usado por los
músicos para dar a conocer su arte, cuando un músico tiene una idea y la
trasforma en música suele escribir varias canciones. Es cierto que también
existen las One Hit Bands (prueba,
como ya hablare algún día, de la excesiva comercialización de la música),
grupos que se dedican a sacar singles con no mayor aspiración que la de ser una
moda pasajera y luego caen en el olvido; pero no hice este blog para hablar de
músicos de pacotilla y sin calidad artística, hablemos de músicos de verdad, da
igual el género, hablemos de los grandes: Bob Dylan, Miles Davis, Pink Floyd, Joaquín
Sabina, Michael Jackson, Silvio Rodríguez, Arctic Monkeys, Biggie Smalls, Aphex
Twin, Paco de Lucía y muchos más.
Aunque a día de hoy se siguen vendiendo y produciendo
discos, en los últimos años el CD ha pasado a un muy segundo plano en el
mercado de la música. Personalmente, como te podrás imaginar, soy un gran
defensor de la música física. Por cumpleaños o eventos casi siempre suelo
regalar, sino libros, CDs elegidos a conciencia a familiares o amigos. Y es que
soy de esas pocas personas que disfrutan exageradamente el encender y abrir el
reproductor de discos, el sentir en mi mano la caja del disco y el poder leer
el librito informativo que acompaña al disco mientras escucho relajado en mi
sillón el contenido completo del CD en orden. Este ritual, que requiere tiempo
y calma, tiene un gran valor y connotación casi religiosa para mí. Es por eso que
me entristece ver que el CD es un producto que está en fase de declive y no
tiene pinta de existir remedio alguno; admito totalmente que la música digital
tiene sus ventajas, pero esa experiencia es otra cosa más que, poco a poco, nos
roba la tecnología. No obstante, el lado positivo de todo esto lo encontramos
en que, aunque el mercado de CDs se ha convertido en un mercado minoritario
donde cada vez acudimos menos personas, la gente que acude está más informada y
tiene mejor criterio.
Consecuencia de esto es que no haya muchos sitios donde
comprar CDs: Los podemos encontrar en tiendas de discos especializadas en ello
(aunque cada vez quedan menos), en tiendas más grandes especializadas entre
otras cosas en música (el mejor ejemplo: Fnac) y en tiendas aún más grandes
(como El Corte Inglés) donde sigue habiendo una sección con CDs, aunque menos
especializada que en las anteriores tiendas.
Llegado el momento de vendernos un disco (y esto también se
aplica a toda la música como producto) las discográficas apenas pueden jugar
con atributos de los CDs, encargándose sobre todo de la grabación, promoción a
través de conciertos y otros medios y distribución del CD. Los atributos del
producto dependen pues, en su mayor parte, del artista, condicionado por su
calidad y su fama. Dividiendo estos atributos según la clasificación vista en
clase nos encontramos con:
Atributos físicos: En este caso son las canciones
que conforman el disco y el artista o grupo que sea, forman parte de la
naturaleza del producto.
Atributos funcionales: Otorgan un importante
valor añadido al producto. Podríamos señalar que son la portada, la cual decora el
envase a la vez que nos da información útil, y la discográfica (sobretodo para
oyentes más educados), un ejemplo: todo amante del jazz que se precie conoce el
sello Blue Note.
Esta es una de mis portadas favoritas, es del álbum Unknown Pleasures del grupo inglés Joy Division. Las enigmáticas líneas,
además de ser estéticamente llamativas simbolizan la epilepsia, enfermedad que
padecía el cantante del grupo Ian Curtis. El mensaje detrás de esta portada es
que se trata de una música muy personal a la vez que triste y dura. El álbum
está considerado como una obra maestra y la portada se ha convertido en un símbolo
de la época post-punk de finales de los años 70.
Y por último, atributos psicológicos: El más relevante es una
buena crítica profesional del álbum. A toda discográfica le gusta fardar de los
premios o buenas críticas recibidas y venderlos al consumidor.
La clave está pues en poseer y saber vender a los
consumidores estos atributos unido a una buena estrategia de ventas y promoción
por parte de la discográfica. Me despido con un poco de Joy Division.